El panorama que documenta el autor en estas páginas se centra en su titular: ¿De la ciudad al monte? Sí, pero los signos de interrogación dejan entrever la duda, o el problema. Pues, ¿de qué “monte” hablamos?
De un territorio surcado por brechas abiertas por empresas petroleras y caminos ripiados, cuando no asfaltados (la carretera troncal a Argentina); de aldeas que tienen hoy, en su mayoría, servicios de agua potable y de electricidad (sin duda básicos, pero que vienen multiplicándose); de un monte donde se circula en motocicletas chinas o en taxis alquilados más que a pie o abriéndose camino con un machete; de un espacio donde existe, aunque todavía inestable, cobertura de telefonía inalámbrica (“actualmente es imposible imaginar a los weenhayek, o al menos a los muchos capitanes comunales que hay ahora, sin su teléfono celular”); de un bosque, finalmente, que ya no sirve tanto para actividades de cacería o de recolección, sino más para criar chivas, rara vez ganado vacuno, para sacar ripio o, por último, recibir regalías y compensaciones por los hidrocarburos que encierra.
Isabelle Combès